viernes, 25 de abril de 2014

Mira a una Post-moderna.

Estoy harto de tanta impunidad.

Tanto dogmatismo, tanta hipsteria colectiva. Tanta metáfora y tan poca vergüenza…
Harto del DIY, ¿desde cuándo es digno de admirar hacer las cosas tú mismo?. Eso es una gran estafa.
Lo admirable es conseguir que todo te lo hagan otros, o me van a decir a mi, que a todo el mundo ahora le entusiasma limpiar su cocina, o planchar, o hacer la cama, o conducir. Lo que mola es tener chófer, criados, y negros literarios. O en última instancia, estilo, que es lo que realmente falta por ahí.

Tocar en un grupo de Garaje pop o de Post-punk, hacerte un fanzine (que probablemente serás tú el único que lo lea) o pelártela como un mono en una performance ya no es nada contracultural.
No hay nada nuevo bajo el sol, nada original.
Lo original, no se engañen, no lo busquen… simplemente, no existe. O se extinguió con los dinosaurios.

Odio esta impostura sobre la gran cultura, desde el principio de los tiempos.
Cuando eras joven e impresionable y el profesor de turno en la facultad de Bellas Artes, hablaba sobre el artista, como si fuese aquello la película de los Inmortales.

De esta clase, sólo saldrá uno, decía… Y ese será, ¡un artista!. Mientras todas esas cabecitas entre rastas y pelos de colores, pensábamos al unísono: Ese ser único al que hace referencia mi querido maestro, soy sin duda alguna, yo.

¡Ay, que infelices éramos, y que gilipollas!.

En serio, ¿A cuántos artistas conocemos hoy en día? Cientos, miles, millones…

Sin ir más lejos, nuestros vecinos son unos artistas. Tener unos orgasmos a las cinco y media de la mañana, que desvelan al bloque entero, es arte. Por lo menos a mi me lo parece. Despertando, literalmente, más emociones que la pieza del videoartista que se saca un moco y se admira por ello, o el videoclip tono vintage de un grupo de Garaje pop o de Post-punk que está de moda ese día.

Hay tanto talento en este país, que no se si lo que tengo es un continuo síndrome de Stendhal o una diarrea aguda. Experimento la sensación de noqueo absoluto, cada instante. A la fuerza eso tiene que ser malo. No me considero una persona fácilmente impresionable, pero estos últimos meses me encuentro desbordado entre tanta belleza autoeditable.

No sé hasta que punto nos hemos llegado a creer algunas de nuestras mentiras, sobretodo en ese aspecto existencial del entretenimiento. El arte en general, es tan arbitrario como el fist fucking, o te encanta, o te dá por el culo. Pero en ambos casos depende de lo dilatado que tengas el esfínter, culturalmente hablando, claro.

Me aburren soberanamente este tipo de reflexiones, a pesar de ser viernes, y tener por delante la perspectiva de un fin de semana vertiginoso, con esa agenda cultural tan apretada que no te deja ni respirar.

Mi señora y yo, no solemos tener el chocho para farolillos con el tema del ostracismo en el mundo del arte. No vamos nunca ya a inauguraciones o cualquier otro tipo de eventos que exija hacerle la rosca a una cohorte de bohemios pijos, a los que les aburre todo lo convencional.
Hijos de puta, enteraos ya de una vez, somos seres convencionales, nuestro alquiler no lo paga un Happening de Rirkrit Tiravanija o la esencia primordial de la práctica artística o una galerista travesti.

Se puede decir que somos unos exiliados del arte, como si ya no fuese nuestra guerra, si es que alguna vez lo fue.

A modo de conclusión, y para que vean que la gente común también tiene cultura voy a citar a Marguerite Duras en su inmortal obra Hirosima mon amour (¿alguien se retuerce ya al borde de la arcada?).

El: No has visto nada de Hirosima. Nada.

Ella: Lo he visto todo. Todo.

Queda bastante claro ¿no?.
No te digo nada y te lo digo todo…

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